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La alta demanda de atención en nuestro sistema de salud impone desafíos significativos. En primer lugar, hay una presión considerable sobre todos los profesionales de la salud, incluyendo médicos, enfermeras, paramédicos, kinesiólogos, y demás personal sanitario. Muchos equipos se encuentran trabajando largas horas extras, lo que no solo puede afectar su bienestar físico y mental, sino que también repercutir en la calidad de la atención prestada.

En segundo lugar, la capacidad de nuestras unidades de cuidados intensivos e intermedios pediátricos está al límite, lo que podría comprometer nuestra habilidad para atender a todos los pacientes que lo necesiten.

Un desafío adicional es el manejo de esta nueva demanda sin desatender otras patologías de menor prevalencia, pero que siguen requiriendo cuidado y atención.

El pico de actividad suele coincidir con el invierno, cuando los virus respiratorios, como la Influenza A (26,6%) y el VRS (25,6%), están en su punto más alto, según el último boletín epidemiológico. Estos virus pueden causar cuadros clínicos severos, particularmente en los niños, y especialmente en aquellos menores de seis meses. Este grupo de edad es de mayor riesgo, no solo debido a la gravedad inmediata de las infecciones, sino también a las posibles secuelas a largo plazo, como condiciones asmáticas. Las personas con enfermedades crónicas o inmunosupresión también son particularmente vulnerables.

Cabe destacar que los cuadros más intensos suelen ser aquellos donde los pacientes desarrollan complicaciones graves, como la neumonía y la bronquiolitis en los niños.

Esta tendencia se refleja en el aumento de las consultas pediátricas y la creciente presión sobre nuestras unidades de cuidados intensivos y medios pediátricos, lo que no significa que las consultas respiratorias de adultos hayan disminuido, de hecho, también hemos notado un incremento.

Probablemente, la aparición del COVID-19, con todas las medidas de distanciamiento social y mascarillas, pudo haber disminuido temporalmente la prevalencia de otras enfermedades. Ahora, estamos observando un resurgimiento de los virus respiratorios habituales, con lo cual, la distribución de las consultas está volviendo a su patrón habitual, añadiendo más presión a nuestro sistema de salud.

Una de las medidas para enfrentar este escenario es la reconversión de camas, que se realiza priorizando la necesidad y la urgencia. En el contexto actual, con un aumento en las consultas pediátricas y la presión sobre nuestras unidades pediátricas, la decisión de reconvertir camasde adultos a pediátricas se toma basándonos en la prevalencia de las enfermedades y la demanda actual de camas.

Sin embargo, la reconversión de camas no es una tarea sencilla. Los niños pequeños presentan particularidades en su manejo médico que pueden ser desafiantes para los médicos especialistas en adultos. Una posibilidad que se podría considerar es que el equipo médico de adultos comience a aceptar pacientes de menor edad, como niños de 12 años o más, en las unidades de adultos. La idea es garantizar que los pacientes que más necesitan cuidados intensivos tengan acceso a ellos, pero esto requiere una planificación cuidadosa y recursos adecuados para garantizar que la atención a los adultos no se vea comprometida.

Teniendo todo esto en cuenta, la relevancia de vacunarse contra la influenza es innegable, especialmente en grupos de riesgo, como los niños pequeños, las personas mayores y aquellas con ciertas condiciones de salud preexistentes. La vacuna ayuda a evitar el desarrollo de la enfermedad de manera grave, lo que puede llevar a hospitalización o complicaciones severas. Si bien un efecto secundario positivo de la vacunación puede ser la reducción de la propagación del virus, el foco principal es proteger a la persona vacunada. Además, al prevenir enfermedades graves, la vacunación contra la influenza ayuda a reducir la carga sobre nuestro ya presionado sistema de atención médica. Por lo tanto, es clave.

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