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Los ecos silenciados: un llamado a la conciencia por nuestros pueblos originarios

por Enfoque Digital
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Vallenar, junio de 2025. En los surcos de esta tierra, antes de que llegaran las banderas y las cruces, ya caminaban otros pies. Con la frente al sol, con la sabiduría del agua y el pulso de la tierra, nuestros pueblos originarios tejían vida, comunidad y memoria.

Chile es un país que, antes de ser República, ya era hogar de decenas de culturas originarias. Mapuche, Aymara, Rapa Nui, Diaguita, Quechua, Atacameños, Kawésqar, Yagán, entre otros, conformaban una red diversa de pueblos con cosmovisiones propias, lenguas ancestrales, ritos, arte, agricultura, arquitectura y formas de entender el mundo que se armonizaban con la naturaleza.
Pero llegó el estruendo. Llegó el hierro, el fuego y la ambición. Y con ellos, la ruptura.

Muchos de estos pueblos fueron arrasados por la colonización y posteriormente relegados por un Estado que durante siglos prefirió negar su existencia antes que reconocer sus derechos. Se les despojó de sus tierras, se criminalizó su espiritualidad y se redujo su historia a notas al pie de página. No solo se les arrebató territorio: se intentó extinguir su alma.

A pesar de ello, muchos han resistido y coexisten hasta el día de hoy, luchando por preservar su cultura en medio de un país que avanza sin mirar atrás. Las políticas públicas, aunque en las últimas décadas han mostrado ciertos avances, como el reconocimiento legal de los pueblos indígenas o la creación de la CONADI, siguen siendo insuficientes frente al abandono estructural, la exclusión social y los atropellos sistemáticos que persisten.

Y es que, en no pocos casos, el tema indígena se ha vuelto una postal conveniente. Un discurso para días conmemorativos, una fotografía para el registro institucional. Pero en la práctica, lo que se ve es otra cosa.

 

Un caso que duele: petroglifos arrasados en Vallenar

Uno de los ejemplos más recientes de esta contradicción ocurrió en la ciudad de Vallenar, en la Región de Atacama. Durante la construcción de viviendas sociales en la ladera sur de la ciudad, se denunciaron daños irreparables a petroglifos milenarios, vestigios culturales de pueblos ancestrales que habitaron la zona mucho antes de la fundación del Chile actual.

La reacción de las autoridades fue, en el mejor de los casos, tibia. Algunas voces intentaron visibilizar el atropello, pero se toparon con el silencio institucional y el desinterés político. De no ser por la valentía de algunos ciudadanos y agrupaciones patrimoniales, la destrucción habría seguido avanzando sin resistencia.

Este hecho no solo evidencia el desprecio por el patrimonio cultural, sino también la falta de una política seria de protección arqueológica y el uso irresponsable del suelo. ¿Cómo se permite que, en pleno siglo XXI, se sigan destruyendo huellas milenarias bajo la excusa del «progreso»? ¿De qué sirve construir si, para hacerlo, debemos borrar las raíces de quienes estuvieron antes que nosotros?

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Una herida abierta que exige memoria

Estas imágenes que vemos rostros curtidos por la dignidad, miradas firmes ante el tormento no son solo testimonios de dolor. Son un grito silente que nos exige memoria. Nos recuerdan que no puede haber futuro sin justicia, ni identidad sin verdad.

Conmemorarles no es mirar al pasado con nostalgia, sino mirar al presente con responsabilidad. ¿Qué hemos hecho con el legado que intentaron extinguir? ¿Cuánto de lo que somos se ha construido sobre su despojo? ¿Y cuánto podríamos sanar si fuésemos capaces de verlos no como una carga, sino como las raíces vivas de nuestra historia?

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Un llamado urgente

Es hora de despertar de esta amnesia cómoda. Es hora de cambiar la mirada. De dejar de hablar sobre ellos y comenzar a hablar con ellos. Escuchar, aprender, reparar. Porque ser humanos no se mide por el poder que tenemos, sino por el respeto que damos.

La humanidad que debemos ser no es la que conquista, sino la que reconoce. No la que borra, sino la que honra.

Que estas imágenes no se queden solo en la tristeza de lo que se perdió.
Que sean semillas.
Que germinen en conciencia.
En justicia.
En cambio.

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