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Antes de que las fondas se convirtieran en un espacio oficial de celebración en Fiestas Patrias, existieron las chinganas: lugares de esparcimiento popular, baile, música y comida a destajo que en más de una ocasión despertaron la represión de las autoridades y el desprecio de los intelectuales. Hoy, el festejo efusivo persiste y la historia Karen Donoso explica que «a pesar del lugar de donde vienen, son el gran carnaval auténticamente popular que nos queda todavía».

En los días previos a las Fiestas Patrias, a muchos les resulta imposible imaginar el festejo lejos de las fondas y ramadas que se despliegan en diversos puntos del país. Aunque en la actualidad son vistas como un espacio natural de celebración, pocos saben que la fiesta de los sectores populares fue motivo de represión y desprecio desde la elite y las más diversas autoridades de Chile.

Antes de que las convirtieran en un sello distintivo de septiembre, las chinganas – del quechua chincana, que quiere decir “escondrijo”, un lugar apropiado para esconderse- se iniciaron en el período colonial, durante el siglo XVI, como una expresión de la costumbre campesina y rural. La comida, la música, el baile y la alegría eran la compañía de las familias que se trasladaban a las ciudades y comenzaban a reproducir sus costumbres, expresando una identidad que incomodaba a las clases dirigentes de la época.

Se necesitaba poco para levantarlas y no transcurrían solo por celebración patriótica, sino más bien como una forma espontánea de diversión, donde el alcohol era un ingrediente imprescindible. Sus encuentros proliferaban en barrios, ciudades, campamentos mineros y diversos sitios de trabajo: eran conocidas por su estructura precaria sostenida con ramajes y tejidos -de ahí el nombre ramadas-, su piso de tierra, una bandera en el techo y la música infaltable de los cantores.

Por ello, varios historiadores coinciden en que las chinganas cumplieron un rol fundamental en el desarrollo de la tradición popular en general y el folclor, así como fue en sus espacios donde la cueca se independizó de la zamacueca y cobró vida propia más tarde, en el siglo XX.

Ilustración de Paul Treutler Leipzig sobre las chinganas en “La Cañada”, entonces Alameda de las Delicias (1860).

En entrevista con El Desconcierto, la historiadora Karen Donoso Fritz recuerda que “si vamos a la etimología, chingana proviene del concepto del escondite, de lo escondido. Entonces ya tiene una connotación de ser algo que representa lo oculto, pero un refugio también, de regeneración del cuerpo, y que está asociado a la fiesta, a la recreación, a la música, el alcohol y la comida”.

La autora de la investigación “‘Fue famosa la chingana…’ Diversión popular y cultura nacional en Santiago de Chile” (2009), explica que la fiesta popular chilena ha enfrentado diversos momentos en función de la historia política. En el período de post independencia, los distintos gobiernos intentaban ordenar el país para construir una nueva nación.

“Dentro del proceso de ordenamiento, una de las medidas que toma es controlar y delimitar el espacio de las chinganas, que eran un espacio de desborde popular. Siempre que ha habido fiestas y alcohol hay un desborde afectivo, sexual y de violencia también”, explica.

El primero en regular de manera estricta las expresiones del festejo popular fue Diego Portales, ministro de Interior del gobierno de José Joaquín Prieto. Además de ser el gestor de la Constitución de 1833, que nos rigió por casi 100 años, Donoso describe que “él tenía una mirada muy despectiva del pueblo y los sectores populares. No valoraba al pueblo en su capacidad deliberativa, creía que el pueblo no debería tener derecho a voto porque es ignorante”.

En este escenario, Portales fue el primero en restringir en tiempo y lugar a las chinganas en 1836, sacándolas del centro de la ciudad, argumentando que eran “un aliciente poderoso a ciertas clases del pueblo, para que se entreguen a los vicios más torpes y a los desórdenes más escandalosos y perjudiciales”.

La historiadora explica que “en ese tiempo la Alameda era La Cañada, una calle que delimitaba el sur de la ciudad, no como ahora que es el centro. Las ordena desde la Cañada al sur y desde Mapocho hacia el norte, por eso las chinganas se cobijan y se quedan mucho tiempo en la zona de La Chimba, que además recibe a la gente que llega desde el norte”.

Citando a la investigadora Paulina Peralta, Donoso señala que la fonda era entonces un establecimiento estable, al contrario de la temporalidad de las chinganas. En las fondas incluso se podía pasar la noche, similar a lo que ocurre con las posadas, mientras que las chinganas no solo se instalaban para el 18, sino también para celebrar la independencia del 12 de febrero, la navidad e incluso fiestas religiosas, como el Corpus Christi. Sin embargo, con el tiempo esa relación y varias de sus características fueron mutando.

Foto: Fonda del Parque Cousiño. Archivo del Museo Histórico Nacional.

De la prohibición a la consolidación de las fondas como “el gran carnaval popular” del Valle Central

La historiadora Karen Donoso asegura que las elites latinoamericanas han tendido a construir su cultura imitando las expresiones europeas. Por ello, a la hora de definir una identidad nacional, buscando elementos que le den autenticidad a los países, “se ven en la necesidad de buscar esos recursos dentro de la cultura popular”.

A la hora de investigar, Donoso tuvo que remitirse a los archivos del Ministerio del Interior y de la justicia, donde existe la mayoría de la información al respecto. Se trata básicamente de denuncias sobre los delitos en las chinganas: “La fiesta siempre ha sido vista como el caos, entonces integrarla a lo nacional es eliminar todo lo que tiene que ver con eso. Tomaron solo ciertos aspectos que pueden representar la identidad nacional y la cultura”.

“Porque los que hoy nos embriagan con chicha y empanadas son los que antes llegaban y allanaban las chinganas”, rapea Subverso en su tema “Memoria Rebelde”, recordando la represión que pesó sobre el festejo popular. A juicio de Karen, en esta apropiación hay un carácter reduccionista, que toma un elemento y pretende hacerlo representativo de toda la nación, y a la vez centralista, ya que la administración del poder se ubica en el Valle Central.

“Desde ahí se construye la imagen país, hasta el siglo XX no hay inclusión de la cultura mapuche, por ejemplo. Desde esa historia se puede reflejar la historia política de Chile: Obvio en el siglo XIX no se incluyen las culturas andinas porque Arica y Tarapacá no pertenecían al territorio hasta después de la guerra del pacífico. Tampoco son incluidas las culturas mineras, porque tienen características muy indígenas. Como los bailes chinos, que fueron muy reprimidos por su raíz y hoy son Patrimonio de la Humanidad”, acusa Donoso.

El proceso de “patrimonialización” de ciertos aspectos de la cultura popular se despliega una vez superado el rechazo que estas instancias de encuentro provocaban. El primer rector de la Universidad de Chile y redactor del Código Civil, Andrés Bello, se desahogó amargamente sobre las chinganas en “El Araucano”, en 1835.

“¿Cuál puede ser el atractivo que ofrezcan las chinganas para la primera clase de la población de Santiago?, ¿se ha prostituido a tal extremo el gusto de la juventud, el de las señoras y el de los hombres en general, que no asistan al teatro para buscar su diversión en esos lugares destinados a la desenvoltura de las maneras soeces de la plebe?”, se preguntaba el abogado.

En ese escenario, mientras las autoridades estaban obsesionadas con la ilustración del pueblo, a Bello y otras figuras de la elite intelectual les costaba comprender las formas plebeyas de la cultura. Más tarde, Benjamín Vicuña Mackenna se encargó de actualizar la regulación de Portales, buscando levantar lo que pretendía como una ciudad moderna. Así, vuelve a alejar dichas expresiones del centro de la ciudad y opta porque “la ciudad se quede con los cafés, teatro, con espacios de cultura civilizada. Él actualiza esta legislación y se hace conocida la Fonda Popular, que estaba en Matta”, explica Donoso.

Con este primer paso, el concepto de fonda termina desplazando gradualmente al de chingana durante el siglo XX y en 1952 se instala la “Fonda de los Artistas” en el Parque Cousiño (actual Parque O’Higgins),una de las expresiones más masivas del festejo dieciochero que permanece vigente hasta hoy. De a poco se desarrolla una apropiación de identidad que parece conveniente construir en favor de una supuesta unidad nacional.

“Finalmente lo que quieren hacer es proyectar la identidad nacional, porque la elite y las Fuerzas Armadas se sienten los creadores y gestores de la nación”, sostiene Donoso, ejemplificando esta con la figura del roto chileno, una especie de representación simbólica despojada de todo contenido político: “Es un imaginario, les gusta cuando el roto es servicial, cuando el roto los atiende y va a la guerra, pero cuando el roto salió a la calle a protestar, a votar por la UP, ahí no. Ahí son los rotos alzados como decía Víctor Jara en la “Sacando pecho y brazo” del disco La Población (1972): ‘Dicen que los ricachones están muy extrañados porque los rotitos, caramba, se han puesto alzaos“, citó.

En este contexto, Karen Donoso añade que “ahí se les cae el esquema de identidad nacional, cuando quienes encarnan esos personajes que ellos visualizan para el país se transforman. Las elites han tendido a imponer como identidad nacional la forma en que ellos comprenden la sociedad. Han tomado elementos de la cultura popular y los han incorporado dejando fuera todos aquellos elementos que les puedan incomodar, los despojan del contenido”.

Lo mismo ocurre con otras figuras utilizadas como patrimonio nacional, como Violeta Parra, Pablo Neruda o Gabriela Mistral: “No pueden evadirlos porque son importantes a nivel mundial, por eso nos enseñaron la poesía romántica y dejaron de lado su contenido político. Es el mismo ejercicio de purificar”, sostiene.

En 2001, la entonces diputada María Angélica Cristi y Alberto Cardemil reclamaron porque la ceremonia de asunción de Ricardo Lagos fue abierta por el grupo Los Chileneros y se bailó una cueca brava: “Ahora la cultura nacional integra muy rápido aquellas expresiones que aparecen como disidencias. Hoy es probable que muchas fondas se inicien así, aunque esa cueca brava también fue integrada sacándole algunas asperezas”, precisa. A su juicio, el festejo de las poblaciones, de las familias y de los trabajadores sigue quedando al margen del relato oficial. “Porque sigue siendo caos”, complementa Donoso.

Hoy, la historiadora advierte un interés más conciliador respecto a los elementos que nutren la identidad chilena: “No significa que no existan las tensiones, los ninguneos y esta búsqueda de la pureza, pero es un discurso más integrador. En un mismo evento puedes encontrar a los Huasos Quincheros y a los Tricolores, que representan a la cueca brava y urbana”.

De cara a una nueva celebración nacional, la historiadora explica por qué las Fiestas Patrias son motivo de celebración y festejo tan efusivo en Chile, a diferencia de lo que ocurre en otros países durante la misma fecha: “Uno de los motivos de eso es que desde el Valle central hacia el sur no tenemos carnaval y si nos comparamos con las fiestas patrias de Brasil, claro, son más efusivas y celebradas, pero si las comparamos con el Carnaval de Río, o el de Barranquillas (Colombia) o el de Oruro (Bolivia), hay mucha diferencia”, sostiene.

“Las Fiestas Patrias chilenas para el Valle Central son el gran carnaval popular y eso es muy interesante. Es una fiesta transversal que llega hasta lo más profundo de los hogares, en las casas la gente se junta, se organiza qué día van a comer en familia, si van a poner o no decoración, en los niños genera mucha expectativa. A pesar del lugar de donde vienen, son el gran carnaval auténticamente popular que nos queda todavía”, cierra.

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