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En la ciudad sudafricana de Soweto, ubicada al norte de Johannesburgo habitan más de dos mil personas que no se inmutan ante las ráfagas constantes de viento que arrastran consigo desde las denominadas “montañas de la muerte”, cantidades importantes de plomo, azufre y arsénico.

Estas montañas con coloración entre verde, blanco y rojo, constituyen el mayor depósito de desechos mineros de Sudáfrica, que se levanta frente al Snake Park, (Parque de la Serpiente), un asentamiento de casas y chabolas (hogares construidos con materiales de desecho), cuyos habitantes ya han aceptado como algo normal este ambiente insalubre que se extiende por las paredes, agua y hasta en los platos de comida.

Científicos, ONG e investigadores como David Van Wyk, de la fundación Bench Marks trabajan para documentar los efectos nocivos de los residuos mineros sobre la población y exigir responsabilidades a las compañías y al Gobierno.

Se estima que el 25% de los habitantes de Johannesburgo viven en asentamientos y que una cuarta parte de estos —unas 400.000 personas— residen en el cinturón minero , de las que muchas de ellas presentan afecciones graves en su sistema respiratorio, reseña el diario El País.

Gran parte de los residuos de las 600 minas abandonadas alrededor de Johannesburgo se acumulan junto a comunidades residenciales negras y pobres como el Parque de la Serpiente, por lo que los científicos están desarrollando un estudio en el que alertan sobre el elevado índice de nacimientos de niños con parálisis cerebral.

Asimismo, los habitantes de estas zonas marginadas asocian sus problemas de salud a los metales pesados que el viento trae desde el vertedero y piden al Gobierno ser realojados.
Peligros para la salud en Sudáfrica
Sudáfrica es una de las reservas mundiales de platino y cromo, y la fuente de un tercio de todo el oro que se extrae en el planeta. Sin embargo esta situación pone en riesgo la vida de sus habitantes.

Según un estudio de la universidad de North West, existen 600.000 toneladas métricas de uranio enterradas en los 270 vertederos de residuos situados alrededor de Johannesburgo, y la mayoría de ellos están descubiertos y sin delimitar.

“Si apiláramos los informes académicos y gubernamentales que hablan de los peligros de los desechos mineros de uranio, el montón mediría más de cinco metros”, alerta Mariette Liefferink, investigadora y presidenta de la Federación por un Ambiente Sostenible (FSE).

Los altos niveles de radiación de este metal están asociados, además de al cáncer, a enfermedades como el párkinson, el alzheimer, los síndromes neurotóxicos y las deficiencias en el crecimiento.

Bajos las cientos de denuncias de la población se esconde un problema más grave. 130 años de actividad minera han dejado un total de 6.000 minas abandonadas en todo el territorio sudafricano, y el Departamento de Recursos Minerales de esta nación afirma que no cuenta con fondos para emprender proyectos de rehabilitación o cierre.

El Gobierno tampoco consigue que las grandes compañías activas se responsabilicen de sus desechos, por lo que que las comunidades menos favorecidas sufrirán por la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, del suelo y el polvo radiactivo.

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